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miércoles, 2 de noviembre de 2011

CUENTAS CLARAS

Manu y yo teníamos 11 años. Arrastrábamos una amistad que había sido gestada un poco por nuestros padres y otro poco por la cercanía de nuestras casas. Nos dividía la casa de Hugo, el viejo viudo y piola que nos cuidaba cuando jugábamos en la vereda. Eran otros tiempos, claro.
Hacíamos todo juntos, y si bien no íbamos a la misma clase, las tardes eran nuestras.
Yo me atrevía a todo, porque él estaba conmigo, cada casa abandonada era una aventura, nos sentíamos en la escena de un crimen, o rodeados de peligro ante la aparición de una lata "extraña" de alguien que hubiera estado ahí la noche anterior y siempre cada macana se enfrentaba de a dos.
La tarde del 5 de enero andábamos eufóricos, estábamos contando las horas para acostarnos y que llegaran los reyes magos. Hacía un calor espantoso, de esos calores que existen en los pueblos más calmos. Corríamos carreras, él estrenaba una bici que no paraba de adorar, se la había traído papá Noel y yo estaba con la mía, la de siempre, la que heredé de mi hermana y aún conservo.
Una piedra minúscula en el asfalto seco y desolado, fue suficiente para que Macu perdiera el equilibrio que había logrado con su hazaña de andar sin manos y encima ganarme en velocidad. Todo fue rápido y casi no guardo recuerdos, él cayó y el primer impacto fue con su cara. Su cara dejaba sellada aquella calle para siempre, y yo, aterrorizada y espantada, con un poco de culpa digna de la edad y pensar qué dirían mis papás, corté la respiración, volví en mí y me fui rápido a mi casa.
Nadie me dijo nada, solo supe por mis papás que había estado allí tirado casi una hora y se había quebrado el cuello y la mandíbula, gravedad que comprendí con los años.
No lo fui a visitar, ni a su casa cuando se recuperaba, ni me arrimé al grupo que le dio la bienvenida cuando llegó al colegio. Nos miramos fijo alguna vez, pero nunca más nos atrevimos a hacerlo. Algo se había roto. Algo que era mucho menos reparable que un hueso. Los años pasaros y con él nos encontramos en diferentes circunstancias, no hay pueblo que se resista a los momentos incómodos. Pero aprendimos a ignorarnos, aunque él era inconfundible con ese movimiento involuntario que le había quedado en el cuello. Parecía como si nada hubiera existido, ni esa amistad que tanto prometía 15 años atrás.
El 8 de enero, noche de mi cumpleaños, me dirigía por la misma calle hacia casa de mis padres, con un calor sofocante y un dolor de cabeza que me decía que nunca debiera haber ido allí. Manejaba como tanto odiaba mi madre: "como si me estuvieran siguiendo", y es que uno se acostumbra a una velocidad y la "normal" pasa a ser lenta y aburrida.
Cuando doblé la esquina, olvidé por completo el nuevo lomo de burro que la municipalidad había mandado a construir, por gente como yo. El auto dio un salto que me elevó del asiento también a mí, y cuando caí golpee mi mandíbula contra el volante y sentí que perdía el conocimiento. No sé lo que siguió ahí, mi cabeza quedó mirando hacia la ventanilla abierta que dejaba entrar esa noche de verano, y pude ver con un intento borroso a un hombre ser testigo de la escena apoyado en una bicicleta, que se acercó, miró y se alejó. Lo reconocí mientras se iba, su cuello se movía, como siempre, hacia todos lados.
Mientras mi cuerpo quedaba inmóvil ahí, por la puerta se escapaba un pequeño hilo de sangre, lleno de soledad y justicia.

jueves, 8 de septiembre de 2011

EL TIRO DE GRACIA

Javier se suicidó. Se suicidó porque su mujer rechazó, por error, una encomienda que él había pedido con productos para vender, previo depósito bancario.
Su mujer, Verónica, había ido a su casa a buscar unas últimas cosas antes de mudarse a un lujoso departamento al centro. Se mudaba luego de descubrir que su esposo había perdido el trabajo. Lo había perdido porque se había acostado con una colega, que era la novia oculta de su jefe, casado.
Javier había caído en ese amorío tras los constantes rechazos de su esposa, quién atravesaba hacía tiempo una gran depresión, luego de despedir a su hijo hacia España, quién una vez allá conoció a una francesa que lo enamoró y lo casó a la distancia.
Durante los casi 11 meses de lejanía de Nahuel, su hijo, Verónica había planeado una visita a Europa que le quitaba más que el sueño. Por motivos laborales no había podido hacerlo, por lo que tenía cantidad de dinero ahorrado, y de sobra.
Luego de una variedad de entrevistas de trabajo poco atractivas que Javier no había logrado pasar (ni había querido), fue a visitar a sus padres, a quienes no veía desde que era un joven rebelde y con pocas ideas, para pedir dinero y salvar la hipoteca, tras el abandono de su mujer. Por otro lado, sus padres, eran unos autoritarios que nunca habían aceptado nada de su forma de vida, ni su elección matrimonial ni sus estudios, ni su ex trabajo. Ahora tampoco aceptaban hacerse cargo de su error. Salió como entró, sin plata y sin padres.
Ante la inminente caída de lo último real que le quedaba, su casa, en una desesperada elección tomó los ahorros de Verónica con el fin de hacer una compra de cuatro equipos de antenas parabólicas, kit completo con aparatos de orientación de la misma para ver televisión satelital. Juró devolver, luego de recuperarlos con ganancias, peso a peso antes de que ella se enterase. Por lo visto su mujer se enteró. Y Javier se suicidó.

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lunes, 18 de julio de 2011

FIN DE SEMANA

Te doy noches eternas, rencores pasados, heridas abiertas, broncas generacionales, cicatrices que aún duelen, enojos sorpresivos, golpes de palabras, agresiones infundamentadas, amor en código, un ceño fruncido, dos días olvidables, tardes borrosas, gritos agudos, sueños frustrados, ordenes de colimba, cariño camuflado, depresiones asesinas, actitudes bochornosas, violencias no contenidas, compañia en cuotas. Te llevo el mate a la cama, te despierto con un beso y comenzamos la semana.

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domingo, 10 de julio de 2011

MI HIJO PEDRO

Estoy parada en el borde del abismo de toda adolescente que tiene una noche fugaz con un desconocido, y ahora afronta la pregunta: "¿lo vas a tener?".
Para algunas chicas de mi edad es el infierno, para otras una oportunidad. Para mí... aún no lo sé, y quizás no lo sepa nunca, o dentro de muchos años. O ésta tarde.
Justo en este momento soy, para algunos, una futura asesina, para otros, una víctima de mí misma. Para mí... aún no lo sé, o quizás nunca lo sepa, o dentro de muchos años. O ésta tarde.
Ya pasé las primeras 72 hs de tragedia. La noticia, la negación, el temor, la vergüenza, el miedo y la resignación. También vi a mi madre pasar por las mismas calles, y a mi padre ni siquiera tomarse el trabajo de mirarme y odiarme. No sé qué pasa con ellos, al menos no en verdad. Sé que están tomando el camino que muchos padres. Tomando decisiones correctas, asesorándose con los mejores "médicos".
A pesar del defraude que les ha provocado la "nena de la familia" me dieron el poder de elegir. No voy a mentir, no sé si es lo correcto, no sé qué facturas me pasará el destino, no sé cuál será el precio de mi consciencia ni quién seré mañana. Hoy, elijo ser asesina. Para algunos.
Camino a la "clínica" que nunca vi y espero no volver a ver, recibo el aliento de mi hermana mayor. Me abraza fuerte, me consuela, me contiene, me ayuda a luchar contra el miedo. Es extraño de qué va el amor. En las peores metidas de pata, nunca te abandonan.
Lloro, lloro porque he fallado, lloro porque hubiera querido que todo sea distinto, lloro porque no veo la maldita hora de acabar con esto. Sacar lo que haya que sacar y seguir con mi vida. Dar vuelta la página, y "aquí no ha pasado nada". Aunque en el fondo, lloro porque siempre voy a cargar con la decisión que a mi juicio, es correcta.
Tantos nervios, tanta desesperación, tanto infierno en mi cabeza. Entro, al fin, a la "clínica" donde nadie mira con dignidad a nadie. Me siento y veo como mi madre hace un papeleo absurdo, que tendrá como certificado el dinero. Me empiezo a sentir mal, me mareo, siento náuseas, me están explotando por dentro todos los gritos contenidos en estos últimos 3 días. Siento que voy a vomitar y de pronto me despierto en una cama.
No siento la mitad del cuerpo, no siento nada. Ni siquiera entiendo qué pasó. Tardo apenas unos minutos en orientarme y escucho a una mujer decirle a mi madre que lo perdí, por razones emocionales, suponen, en su ignorancia médica.
Me invade una angustia extraña, y en el intento de pensar que todo decantó (gracias a Dios) sin intervenciones de terceros, me viene a la mente un nombre. Extrañamente me viene el nombre que le hubiera puesto. "Pedro"


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miércoles, 29 de junio de 2011

TIENES UN E-MAIL

Hace ya 6 meses me dejó mi novio. En enero y a 5 días de mi cumpleaños. Hoy me levanté y encontré este e-mail:
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Gorda:
Sé que te va a resultar totalmente desconcertante este mail 6 meses después. No quiero imaginar por lo que has pasado este tiempo, pero elegí hacerlo así porque creo que luego de tanta distancia vas a poder leer desde otro ángulo. Vas a darte el espacio necesario en tu mente, vas a tener más calma, y en estas letras vas a poder leer cuantas veces quieras, hasta comprenderme y dejar de odiarme, si es que todavía lo hacés.
Te dejé porque no podía lastimarte un centímetro más en mi corazón. Te dejé porque de tanto amarte me enfermé, y fue tanto el miedo a perderte que te disminuí a la peor expresión que conocí de vos. Te convertí en mi sombra, y cuando te vi tan falta de identidad ya no te pude amar más. Te perdí el respeto.
Decidí irme, después de hacer un repaso en mi cabeza del año que vivimos juntos. Desde que me mudé a tu casa te aprendí a amar mucho más, pero también a mentirme. No podía parar de hacerlo, te lastimaba, me mentía para convencerme que era la última vez, y ya con la coartada en mi cabeza, iba directo a mentirte a vos una vez más.
En tus ojos vi cientos de veces el dolor y la desorientación que te provocaba mi violencia psicológica. Es que yo no podía ser distinto. Te veía tan llena de vida, tan optimista, tan alegre cada mañana, que no toleraba que no tuvieras la capacidad de contagiarmela a mí. Te pedí a gritos que me dieras algo de tu vida, y al final te lo terminé robando yo. Yo te robé la alegría y como quien compra un algo sin manual, no supe que hacer con ella, y la guardé vaya a saber donde.
Soy tan oscuro, que encontrarte a vos fue una muestra de que otro mundo es posible. No pude cuidarte de mí y mi realismo arrollador. Sigo teniendo miles de dudas en mi cabeza. Las noches enteras de discusión, que acababan en la nada misma y yo lleno de odio me dormía para no golpearte (porque nunca le levantaría la mano a una mujer, aunque sabía otros modos más efectivos), y vos que a la mañana siguiente, tan conciliadora y pasiva me llevabas el mate a la cama. Me desgarraba el alma verte tan hermosa y sencilla que deseaba que te fueras, no toleraba verte, porque en vos veía mis limitaciones emocionales.
Nunca pude darte nada. Ni siquiera entiendo cómo fue que llegaste a amarme.
Me fui, cuando entendí que ya no eras la que había conocido. este último tiempo ya no me llevabas el desayuno, ya no eras tan flexible, no cantabas esas canciones tontas ni te reías tanto. Te dejé porque vos dejaste de ser la que yo amaba. Entiendo que robarte la alegría era parte de ese cambio, pero tampoco quiero creer que todo será culpa mía.
Entiendo que he sido un error en tu vida, y como no pude darte nada, tampoco quise dejarte nada. Por eso me llevé la Netbook, el LCD y los sillones. Temí que tu duelo se viera truncado por verme aún en el sillón mirando tv, o en el "twitter ese" que usaba. No quise que ningún recuerdo te evitara salir adelante, porque vos te merecés más. Por eso también, y espero ya lo hayas superado, me llevé el sommier, donde pasamos tantas noches juntos.
Espero que tu vida esté feliz y me respondas contándome todo.

Besos

Francisco

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¡QUÉ HIJO DE PUTA!



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martes, 21 de junio de 2011

NADA SE PIERDE

Por mis padres, o mejor dicho mi padre y su ausencia, desde chica he visto a mi madre saltar de hombre en hombre buscando al indicado. Tuve tantos padres como se puede imaginar a lo largo de mis 15 años, época en que mamá falleció.
Supongo que el hacer natural algo antinatural desde temprana edad, hace que uno desdramatice y encuentre cierta comicidad. Y aunque no siempre era cómico el asunto, incluso a veces parecía tétrico, a mi me daba una adrenalina extraña.
Había conseguido encontrar diversión en algo absolutamente triste, la desesperación y eterna adolescencia de una mujer. A tal punto que cada vez que la encontraba llorando, cuando atravesaba la puerta a las 17:15 de cada día, con una mochila que casi doblaba el tamaño de mi espalda, sabía que debía estar en silencio, pero ya empezaba a pensar quién sería el siguiente. "¿Será de esos señores con trajes y maletín? ¿Andará en un auto lindo? ¿Será el dueño de un parque de diversiones? ¿Tendrá una juguetería? O mejor aún, Un kiosco!". Todas esas preguntas ocupaban el suficiente espacio en mi mente, como para que mis oídos perdieran la concentración de escuchar a mi madre en la cocina sonándose la nariz y tosiendo de manera extraña.
Fui hija de un hombre que al principio usaba traje, pero con el tiempo estaba siempre en casa enojado y todo sucio. Había otro que era lindo, era rubio, no como mamá y yo y siempre salía de noche. Y también me acuerdo de Julio, que una vez lo vino a buscar una mujer llorando y le pegaba y en el auto esperaban dos nenes que me miraban como culpándome de algo. No podría contar todo, ni por cantidad ni por respeto.
Cuando ya fui más grande no era tan divertido verla llorar, sobre todo porque ya no veía un futuro papá en ella, sino una pobre mujer lastimada. Me había empezado a identificar en el mismo momento en que me rompieron por primera vez el corazón a mí, un chico un año más grande que hoy es un buen conocido, y nunca supo cuánto me dolió. Yo me ponía a su par, pero no podía aceptar su vicio a la derrota, mientras que admiraba con lástima y vergüenza ajena sus inacabables esperanzas.
Por fin llegó Claudio, elegante sin exagerar, letrado, profesor de literatura en la facultad y sin familia. No vivía con nosotras, porque tenía una casa más linda y más cerca de donde trabajaba. Asique venía a veces, pero la mayoría de las veces mamá iba a dormir a su casa. Yo ya era más grande y no había de qué preocuparse. Aparte estaba en la edad ideal de hacer lo que quería y ella me facilitaba, sin saberlo, todo para divertirme. Porque Claudio era bueno, pero sobre todo convenido y mientras yo tuviera plata para cine, ropa y juntada con amigas, no molestaba. Era un pacto implícito entre los tres.
Esos años los recuerdo veloces, ni buenos ni malos. Yo terminé el colegio y al tiempo empecé a trabajar en una mutual ferroviaria, desde donde escribo. Pagué el precio de la diversión mal sana, mamá murió por causas naturales y Claudio nunca se olvidó de mí, aunque con la nueva novia empezó a venir cada vez menos y cada uno tomó su camino.
Cuento esto porque diez años después, veo a mi hija entrar y cada vez que me encuentra en el sillón llorando por algún estúpido que me ilusionay se va, se me parte el alma, juro que se me parte el alma, pero a ella... yo sí le voy a dar el padre que merece.



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jueves, 9 de junio de 2011

"10 COSAS QUE ODIO DE TÍ"

1 - TU MAMÁ
2 - TU HERMANA
3 - TUS PRIMAS
4 - TU ABUELA
5 - TU EX COMPAÑERA DE LA SECUNDARIA
6 - TU AMIGA
7 - TU VECINA
8 - LA AMIGA DE TU PRIMA
9 - TU CUÑADA
10 - YO

Verás, amor, que detesto a TODA mujer que te rodee. Y de quererte tanto, a no quererme llego.

lunes, 9 de mayo de 2011

POR LA RUTA, A 2000

Soñé cosas rarísimas. Dormí mal, pésimo, me acuerdo que hacía calor, no sé, por ahí tuve fiebre. Soñé cosas cotidianas, de mi familia, reconciliaciones tontas, encontré objetos que me importan poco y perdí hace tiempo y también estabas vos, en un capítulo. El último capítulo, como siempre.
Hacía tiempo no venías a verme, a reclamarme, a enojarte, a hacerme sentir culpable y desordenar mi cabeza. Me desperté, como cada vez que venís, con unas nauseas fatales. Los primeros diez minutos fueron de confusión, me levanté con la nuca pesando toneladas y respirando profundo para no vomitar me metí en la bañera al mismo tiempo que comenzaba a llenarse. Lavé la culpa y me calmé
La vecina que me odia y que yo odio porque me odia, escuchaba a altísimo volumen Estela Raval y los 5 latinos: "Bona Sera, señorita, bona sera", y yo en esa melodía cuarentona me sentí en una película nacional del siglo pasado, donde en Buenos Aires todavía había más personas que autos y las calles eran amplias. No me sentaron bien lo 5 Latinos, y apuré un desayuno precario para ingerir la gloriosa pastilla celeste de 2 mg que me miente más que el espejo.
Ya derritiendome al sol de otoño por mi excesivo abrigo, vuelvo a recrear las imágenes de Rodrigo enojándose, gritándome, queriendo hacer justicia. Pobre Rodrigo. Pienso en él y siento una gran impotencia al no poder hacerlo entender, en mi cabeza, que el decir la verdad no le devolverá la vida. Ojalá él también entendiera que yo podría haber muerto, lo cuál demuestra que no fue a propósito, y que no todo resultó tan malo. Absolvieron a Alfredo, al demostrar (gracias a la justicia) su inocencia, por lo cuál debería estar feliz, al menos por los demás.
Algunas noches, mientras duermo, cuando recreo en mi mente el siniestro, me veo haciendo lo que debería haber hecho y no hice. Arrodillarme ante él, poniendo su cabeza sobre mis piernas, y acariciándolo en sus últimos minutos con un: Rodrigo ...Bueno, bueno Rodrigo. Ya está.


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lunes, 2 de mayo de 2011

AMOR PROPIO

Nunca he sido una persona con suerte, pero tampoco desgraciada. Puedo decir que tuve una linda infancia en un pueblo, una mejor adolescencia y fueron "sanos" mis primeros años de adultez. Aunque nunca supe cuándo fui adulta por primera vez, todo lo mido desde el día que me fui a la ciudad a estudiar.
Bien tradicional, de pueblo y chica de familia, desde joven edad tuve mi novio (en las pequeñas ciudades, si no lo tenés, das que pensar), de una buena familia como la mía, lo cual les daba a mis padres mucha tranquilidad y a la sociedad una total aprobación de la pareja, más allá de todo. Fueron diez años de idas y vueltas, peleas y perdones, amores y odios, rutinas y sorpresas. Pero eso fue todo. Un día, un jueves que recuerdo con exactitud porque daban la serie que más me gustaba en Sony, en el segundo bloque publicitario, disparé con más duda que certeza la posibilidad de un tiempo. Él, perplejo asintió por inercia, pero yo sabía que si lo pensaba, también lo deseaba.
Lo que siguió de eso fue un caos. Diez años no es poco y ahora estaba sola, esperando alguien que viniera a "romperme la cabeza" y me dejara "el mundo dado vueltas". Con estas metáforas violentas yo apostaba a quién me invitara una cerveza un viernes cualquiera, y luego escapaba. Uno se hace tanto al otro, que cuando conoce algo nuevo lo supone malo o equivocado.
Esa conducta de escapar de cualquier nueva relación que perfilara a futuro, me llevo a enamorarme más de mi soledad, que venía acompañada (gracias a Dios) por una hermosa banda ancha que al final de cada día no me hacía sentir tan sola. Fue así, como un viernes sin cerveza acompañada, me metí en un chat de "Jóvenes Argentinos" a hablar con alguien. Con mis padres no podía hacerme lo que no era, y el sistema perfecto de letras de internet me permitía ser lo que deseaba y mucho más.
Hablé con cuanto tonto uno puede suponer que existe, e inclusive conocí un nivel de estupidez superior al que ya conocía. Pero de pronto se abrió una ventana con un "hola hermoza", no pude evitar centrar mi primera impresión en esa Z equivocada e innecesaria de quien quiere ser letrado y queda como tarado, pero mis ganas de divertirme y sentirme halagada me hizo seguir el jueguito. Nunca había hecho algo así, pervertirme digo. Porque ni bien leí "hermoza" y sentí ganas de leer más, era innegable que iba por otra face.
Pasamos por las preguntas de rutina, que como estábamos, de donde éramos (mentí), qué edad teníamos, a qué nos dedicábamos (mentí otra vez) y entre histeria e histeria, al fin llegamos a la parte del sexo. No sabía tener dentro de mí el morbo virtual, pero me estaba animando a mucho más que en la vida, era de una nueva ciudad, con mejores curvas que en persona, un trabajo ideal y un pasar económico que me daba tiempo para divertirme en un chat sin preocupaciones.
Supongo que el que no me importase más que divertirme, hizo que a los 20 minutos de conversación yo ya ni registrara de donde era ni a qué se dedicaba. También tuve el detalle de no preguntarle como era, mi imaginación creaba hombres lindos y no podía correr el riesgo de que se describiera de manera poco atractiva. No quería ninguna verdad. Entraba con otro nombre y mentía porque ni remotamente, se me ocurría la posibilidad de pasar mi Msn, aunque era una contra, porque cada vez que lo negaba leía un "Lindo_cam ha cerrado la conversación". Éste me gustaba, o me gustaban sus palabras y lo lindo que era en mi cabeza, asique con una velocidad sexual y no racional, cree un ID en el Messenger con ese nombre, y busqué en mi computadora fotos. No era cuestión de googlear una, y que cuando me pidiera otra yo no encontrara de la misma modelo. Me pareció más acertado utilizar la de una amiga, que en caso de querer más, yo tenía miles. No era nada malo, no se iba a enterar y pasara lo que pasara, en caso extremo yo podía negar todo, nunca dí el perfil de chat hot.
Ya más cómodos en el Msn, con menos dudas (de parte de él, a mi la verdad me importaba poco), pasamos a la fase "¿Mañana te conectás?". Sin darme cuenta estaba dando una segunda cita, y hasta ansiosa. Esa noche me dormí con el cuerpo relajado pero la mente perturbada. Una vez "acabada" la situación, con la mente (y otras cosas) más fría me sentí bizarra, pero el sueño me pudo, y de mañana todo se ve menos trágico. La noche siguiente repetimos el acto, y lo que mejor me ponía es que él no pedía más que eso. Entre fantasías y perversiones recreábamos encuentros, pero nunca me presionó para concretar nada, ni pedía cámara ni celular, ni nada. Estábamos conectados en muchos sentidos, y buscábamos algo parecido. Eso duró más de la cuenta. Todas las noches era la cita, y si uno faltaba había pelea, explicaciones, perdones y finalmente la reconciliación sexual virtual. Todo era hermoso, había veces que no queríamos placer, nos leíamos, nos aconsejábamos, y finalmente pasó lo que iba a pasar; era tanta la confianza que me contó feliz de una chica que había conocido. Yo evité mostrarme molesta o defraudada, no iba a perderlo por una del montón que le iba a durar un suspiro. Pero con el tiempo me convertí en una amante que prestaba consuelo cuando estaba mal su pareja y fingía alegría con cada nuevo paso que daban en consolidarse.
Tarde, yo estaba hasta las manos y era un segundo plano. Tuve que cambiar de mentalidad con gran esfuerzo para no sentirme engañada, o como una mujer abandonada. Le ofrecí más, vernos, pero él mantuvo mi pedido de que todo quedase en la computadora, y yo también acá quedé. Me pasaron los años, trabajando, explicándole a la gente que no me molesta la soledad, a ellos que tan ingenuos no sabían que todas las noches en casa alguien desde otro lugar me esperaba.
Supongo que fue lo mejor que he podido hacer. Aprendí a vivir de este modo, está claro que soy una persona de acostumbrarme y no poder cambiar. Mi vida está bien, tengo mi espacio, alguien que me "quiere", nadie me discute la limpieza ni me pide la cena. Estamos en paz. En la salud y la enfermedad, hasta que el corte de la luz nos separe.



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miércoles, 20 de abril de 2011

AFUERA ("La Cola" de @Nippurdl Inspired)

Infinito agradecimiento a la colaboración y ayuda desinteresada de @_Pitufo_Grunion. Para él.


Nunca había estado en un robo a mano armada. Iba todos los miércoles al supermercado, porque con la tarjeta de débito hay un 10% de descuento, y en una compra semanal 20 pesos son 20 menos. Por lo general iba de tarde, en esa hora que las mujeres casadas han vuelto a casa después de buscar los hijos del colegio y están haciendo las compras para la cena, apuradas y enojadas vaya uno a saber con qué, o con quién.
Yo, por el contrario, veía un estorbo ir a hacer las compras, pero una vez ahí, tiraba todo mi peso sobre la baranda del carrito y me movía casi arrastrando los pies que parecían colgar. Era una mezcla de poca voluntad con tranquilidad. Miraba la lista que había escrito por el espanto de mi heladera vacía y los pocos elementos de limpieza. Miraba la lista, miraba la góndola, miraba la lista, miraba la góndola, y agarraba el café instantáneo grande, después de sumar dos frascos de 500 y verme pagando $2.5 más.
Por suerte hacía poco había cambiado la promoción de mi teléfono, lo cual me había dado un nuevo numero gratis, que ahora pertenecía a uno de mis mejores amigos. No era, lo que se dice "una joyita", pero yo lo quería, como se quiere a la familia con sus millones de defectos. A él yo ya no le marcaba los defectos, sino las virtudes que eran esporádicas pero bien recibidas. Ante cada situación aburrida e inevitable lo llamaba. Estaba en el médico y sin importarme si estaba ocupado o no, lo llamaba y mataba mis 50 minutos de espera entre charla y charla. ¿Ven? De fierro.
Mi fastidio semanal mutaba según el contexto. En mi casa me enojaba tener que salir a hacer las compras, en el supermercado me molestaba ver el carrito lleno, porque eso me decía que debía cargar con mil bolsas pesadas, y una vez agotada en mi casa por la carga, miraba las bolsas desparramadas sobre la mesada y me irritaba pensar que todavía faltaba ubicar cada cosa en su lugar. Como quien va a jugar.
Ese miércoles decidí comprar poco. Me distraje de mis compras con el estrepitoso ruido que provocaban dos nenes jugando en la cola y la discusión que siguió entre la madre de los mismos y un hombre que estaba atrás. No entendí qué pasó y eso me determinó a mirar con más atención. Noté, entonces, a una rubia que lo hipnotizaba, lo ví en sus ojos, en ambos. El tan tonto y perdido y ella tan dueña de esa sensualidad. Los movimientos torpes de él fueron muy evidentes y yo me sentí conmovida, quería ser la rubia, quería queme miraran con esa hipnosis y esa excitación. Todos esos pensamientos duraron hasta que él salió de la cola y no sé cómo ni por qué, luego de un ruido y una risa, lo encontré en el suelo, desparramado en yogurt y humillación. Me reí por vergüenza ajena y simulé estar mirando precios.
Habían pasado 15 minutos del hecho gracioso y yo seguía sin comprar casi nada. De pronto una catarata de gritos y un sacudido silencio que lo siguió me sobresaltaron endureciendo mi estómago. Un tonto quería robar el supermercado a mano armada. Yo no sé nada de armas, pero a juzgar por la manera temblorosa en que la agarraba, ni aunque fuese una AK47 podría hacer más que asustar un poco y hacer gritar a las cajeras paranoicas.
Viendo el cuadro desde atrás de un expositor de Gillette, noté lo poco sutil que fui. Un llamado anónimo había alertado al 911 sobre un joven que estaba a punto de cometer un asalto. Lo vi mirarme mientras caía, infantil y asustado. Lo vi preguntarme por qué con la mirada, y me escondí. No debió confesarme mientras hablábamos entre góndolas y promociones de su próxima aventura delictiva, justamente hoy, justamente aquí. Cuando todo se calmó, compré 2 o 3 cosas que ni recuerdo, pagué y me fui. Había entregado a mi amigo en un torpe atraco mal improvisado y estúpido, y me sentí tan mal que solo pude pensar que le había hecho un favor. Al fin y al cabo él siempre andaba en estas cosas y ahora solo lo guardaban por un intento de robo. Quizás de llegar más lejos, en otro momento lo hubiesen matado y lo quiero tanto que no lo hubiese soportado. Al final, sin echarle la culpa a nadie, es cierto aquello de que por amor terminamos mal. ¿Donde andarán?.

jueves, 14 de abril de 2011

NO ME HABLEN DE DEPRESIONES

Yo sé de depresiones. Sé de depresiones porque me he deprimido mucho. Y no lo digo con algarabía ni orgullo, es una vergüenza asumida y un poco de impunidad ante ciertos ataques. Yo sé de qué hablo cuando hablo de no salir de la cama sin estar enfermo, si es que la depresión es estar "sano".
Una vez estuve mal, muy mal. Eran tiempos raros y yo terminé así: en la cama durante día y noche sin dormir. No hablo de una semana, fueron dos meses sin recreos, sesenta soles y cincuenta y nueve lunas. Ni más ni menos. Las vi todas, o creo eso. Ya no recuerdo con exactitud si dormí algo o no, creo que tampoco comía. Tenía nauseas la mayor parte del tiempo y si dormía algunos minutos despertaba para vomitar. Era raro, yo sufría mucho y sólo recuerdo con claridad que esperaba las 10 de la mañana para sintonizar Guinzburg en "Mañanas informales". Eso sí lo recuerdo.
También recuerdo que mis hermanas venían a visitarme, incluso las recuerdo llorando sentadas en la cama, pidiéndome, como quien ruega por su propia vida, que me levantara o hiciera algo, que así no podía seguir, que tenía que haber algo que me hiciera feliz, que iba a terminar mal, que tenían miedo.
Cuando quise acordar mi vida ( o mi NO vida) había salpicado a una de ellas, quién había optado por dejar de ir a la facultad, adjudicando como motivo que tenía miedo de lo que yo podía hacer. Yo solo me limitaba a escucharla, a veces lloraba y en ocasiones me enojaba porque no entendía que yo no pensaba salir de donde estaba, que me diera el derecho de elegir mi final, que ya era grande, que me respetara un poco. Ella, desconcertada y más desesperada, me tiraba por la cara amenazas infantiles: "Vamos a llamar a mamá y papá", y yo lo único que quería era descansar, dormir, dormir mucho, para siempre tal vez.
Escuchaba que en el comedor de mi departamento se juntaban mis hermanas y mis cuñados en largas conversaciones, buscando soluciones que nunca iban a encontrar. Yo, por ese entonces, reescribía en mi cabeza el libro "Veronika decide morir", me sentía Veronika cada vez que pensaba en mi hermana. Ella vivía conmigo y esos meses la había visto tan mal que creía que si salía a hacer compras y al volver me encontraba muerta, le iba a arruinar la vida. Era lo único que me detenía y me recordaba que aún conservaba la cordura. Entonces la empecé a odiar, porque si yo no la amara tanto ya lo hubiera hecho, si no pensara en su dolor ya hubiera acabado con el mío. ¿Por qué estiraba lo que iba a suceder en algún momento?. Ella también merecía acabar con todo esto y yo tenía el final en mis manos.
Durante ese tiempo la psicóloga iba a mi departamento, hacía como terapia a domicilio por la extremidad de mi situación y cuando todo llegó al límite planteó dos opciones: internarme (según ella, por mi seguridad. Es decir, protegerme contra mí), o que volviera a mi pueblo, con la contención de mis padres hasta encontrar cierta estabilidad. Que eso también me haría bien, pero cualquier lugar donde estuviera contenida y segura. Me ví acorralada, estaba un poco perdida, desganada, silenciada, ojerosa, sin comida y con una gastritis asesina, pero no perdí ni un segundo en decidir que me iba. No podía entrar a una clínica, eso era un camino de ida, ahí iba a empezar mi verdadera locura y yo no podía soportar un gramo más.
Cuando dí mi palabra (la primera en mucho tiempo) ya tenía a mis padres subiendo por el ascensor. No comprendo cómo habían viajado esos 400 km en los minutos que tardé en decidir, o si quizás no fueron solo minutos. Hice lo que debía, emprendí mi vuelta a casa.
Ahora estoy acá, finalmente salí de esa cama, de ese departamento, decidí vivir, elegí bien. Y aunque no lo logré por el maldito camión que quiso adelantarse insólitamente en un puente, enviándome al purgatorio sin escalas, ahora me siento a escribir mi historia mientras espero mi sentencia. De ser culpable no voy a renegar, es el precio del desprecio a la vida. Asíque a mi, no me hablen de depresiones.



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martes, 5 de abril de 2011

DINERO FÁCIL

Hoy me levanté decidida a jugar a la quiniela. Jugar a la quiniela me hace sentir vieja, y aunque sé que no lo soy, un poco esquivo decirlo. En realidad me gustan todos los juegos, aunque no tanto como las apuestas. Me gusta apostar, pero nunca juego a la quiniela.
Tengo la habilidad de hacer todo un "qué apostamos" o "bueno, pero juguemos por algo". No tengo una adicción definida, aunque he sabido, por extrema experiencia, que perder te lleva a jugar cada vez más (una ecuación poco racional).
¿Dije que no tenía una adicción definida?. Bueno, en realidad no creo tener ni siquiera una adicción, es más bien una necesidad. En algún momento de ansiedad llegué a pensar que era un buen trabajo, pero siempre supe que requiere de inteligencia, concentración, dedicación, un buen monto para iniciar y la carencia de varias cosas que están bien vistas en la sociedad.
Tampoco creo que me guste tanto como para hacerlo todo el día. Me gusta el juego, más las apuestas, pero mucho más la plata. La plata fácil, esa que sabe a victoria, que tiene olor a triunfo, que no se victimiza por el trabajo, que tiene aire de soberbia.
Sí, me gusta el dinero soberbio, ese que se alardea, que le dice a los demás "vamos, ahora diganme que es cualquiera lo que hago. Ya quisieran ustedes tener esto en la mano, ya quisieran haber ganado", mientras escucha frases en tono de chiste que te dicen: Tirá algo para acá.
Ahora no solo mi dinero es soberbio, yo también lo soy, soy más que ellos, supe ver antes, supe arriesgar, y encima me divertí.
Saber jugar es tener claro que siempre se gana, de la boca para afuera. Las perdidas no se cuentan. Nadie que sepa jugar pierde, por eso todos siempre perdemos más de lo que ganamos.
En mi familia siempre se repitió la frase "el dinero que fácil llega, fácil se debe ir", cada vez que encontrábamos algo o lo ganábamos. Pues bien, supongo que el inconsciente familiar es algo que se arrastra toda la vida, y yo también lo arrastré. Entonces viene el momento del dinero fácil, el que se multiplicó por un sueño, un cumpleaños o una fecha importante. El que ahora es mucho más que el que te ganaste con el sudor de tu frente, no es honrado, se tiene que ir fácil, pero la ambición es peor. Entonces lo lógico es, teniendo un monto importante, volver a jugarlo a otro numero que quisiste antes cuando no te alcanzaba para tanto, porque de ganar... ganás mucho más, y sucede que lo perdés. Lo perdés porque en el fondo querías perderlo, te pesaba demasiado, pero no podés evitar angustiarte, enojarte, arrepentirte. Es tarde otra vez.
Ahora volvés a ser nada, volvés a donde empezaste, no sos un visionario, no tenés soberbia, nada sabe a victoria y mirás el reloj porque se te hace tarde para ir a trabajar.


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jueves, 24 de marzo de 2011

ASI ESTAN LAS COSAS PAIS, Y SE LAS HEMOS CONTADO

Todos, o casi todos bajo el mandato social, indicarían que un 24 de marzo se debería escribir de la dictadura. Contar milimetricamente el golpe de estado, la cantidad de desaparecidos y torturados, los centros clandestinos, las ironías del deporte y las películas.
Pero no, saliendo de la lógica, y yendo directamente a la sensatez, no puedo evitar hacer mayor foco en el famoso "feriado puente". Bajo un gobierno que ha utilizado la dictadura Argentina como bandera, que hizo eco de su postura de militancia y persecución recibida, hoy tenemos por DEMOCRACIA 4 días para ir a las sierras, la playa, visitar un amigo lejano o aprovechar a alquilar las mejores películas, pedir comida por teléfono, salir a los bares y descansar como nunca. ¡Es que es genial esto de tener 8 días en un solo mes!
Ya no puedo esperar a recibir los 4 días que vienen en abril, y así vamos.
Pero no quiero hacer una crítica al gobierno, quiero hablar de hoy, desde el costado más burlón y triste que tiene este 24 de marzo.
Mientras las banderas se siguen agitando en la plaza, mientras un anciano en su casa mira por la ventana y piensa "un año más y yo sin saber nada", ignorando en su esperanza que morirá invicto de justicia, las rutas argentinas se llenan de turistas que pasean alegres de su suerte porque les ha tocado buen clima. Y no es culpa del tipo que junto el mango para escapar de la ciudad a ver correr a sus hijos por la arena, aprovechando los últimos rayos de sol caliente que nos da este verano que ya se fue. La misma arena que recibió las esquirlas del abuso, en forma de ajusticiados sin nombre. Las ironías argentinas me duelen más. Pienso mientras preparo el mate en casa, descansando este feriado.

martes, 22 de febrero de 2011

APOCALIPSIS NOW TOTAL

Odio que las cosas sean así y que ella lo acepte sin más. Odio que sucedan y que diga que tienen un motivo cuando tal vez no. Odio que siempre gane el más malo, y que por buena pague el precio. Odio que la hayan dañado y que otra vez salgan ilesos. Odio no poder gritar lo que siento ni hacer lo que quiero. Odio callarme la bronca y el dolor. Odio sentirme sola en el sentimiento. Odio que 27 años no hayan sido más que eso, y que la recompensa no sea por la espera. Odio comprenderla pero nunca entenderla. Odio no poder ayudarla ni poder defenderla. Odio que nunca sea como en los cuentos. Odio que no haya soluciones mágicas. Odio tener que entender esto y no entender nada. Odio vivir obsesionada con su felicidad. Odio mi pesimismo. Odio que nunca haya justicia. Odio que la justicia nunca sea justa. Odio que lo justo nunca salga a la luz. Odio tener tanto miedo. Odio vivir al filo. Odio sentir que está mal … y no servir de nada. Odio que la guerra sea fría, pero cruel. Odio que se hayan perdido los códigos, y que nunca tenga memoria. Odio la amnesia selectiva que sufre. Odio ver como se miente y me quiere mentir a mí. Odio jugar a que le creo. Odio estar cansada de este juego. Odio que tenga tantas esperanzas. Odio que siga siendo tan positiva. Odio que nunca tengo el suficiente coraje ni la suficiente cobardía. Odio siempre tratar de persuadirla. Odio creer que en su lugar yo todo eso lo cambiaría. Odio que me obligue a verla sufrir. Odio esta sensación de nunca acabar. Odio justificarla pensando que tiene un motivo oculto. Odio quererla tanto y sufrir más que ella. Odio haberla odiado sin derecho. Odio las cosas que han pasado. Odio las cosas. Pero más odio que le hayan pasado a ella...


...y saber que las sigue provocando.