Nunca he sido una persona con suerte, pero tampoco desgraciada. Puedo decir que tuve una linda infancia en un pueblo, una mejor adolescencia y fueron "sanos" mis primeros años de adultez. Aunque nunca supe cuándo fui adulta por primera vez, todo lo mido desde el día que me fui a la ciudad a estudiar.
Bien tradicional, de pueblo y chica de familia, desde joven edad tuve mi novio (en las pequeñas ciudades, si no lo tenés, das que pensar), de una buena familia como la mía, lo cual les daba a mis padres mucha tranquilidad y a la sociedad una total aprobación de la pareja, más allá de todo. Fueron diez años de idas y vueltas, peleas y perdones, amores y odios, rutinas y sorpresas. Pero eso fue todo. Un día, un jueves que recuerdo con exactitud porque daban la serie que más me gustaba en Sony, en el segundo bloque publicitario, disparé con más duda que certeza la posibilidad de un tiempo. Él, perplejo asintió por inercia, pero yo sabía que si lo pensaba, también lo deseaba.
Lo que siguió de eso fue un caos. Diez años no es poco y ahora estaba sola, esperando alguien que viniera a "romperme la cabeza" y me dejara "el mundo dado vueltas". Con estas metáforas violentas yo apostaba a quién me invitara una cerveza un viernes cualquiera, y luego escapaba. Uno se hace tanto al otro, que cuando conoce algo nuevo lo supone malo o equivocado.
Esa conducta de escapar de cualquier nueva relación que perfilara a futuro, me llevo a enamorarme más de mi soledad, que venía acompañada (gracias a Dios) por una hermosa banda ancha que al final de cada día no me hacía sentir tan sola. Fue así, como un viernes sin cerveza acompañada, me metí en un chat de "Jóvenes Argentinos" a hablar con alguien. Con mis padres no podía hacerme lo que no era, y el sistema perfecto de letras de internet me permitía ser lo que deseaba y mucho más.
Hablé con cuanto tonto uno puede suponer que existe, e inclusive conocí un nivel de estupidez superior al que ya conocía. Pero de pronto se abrió una ventana con un "hola hermoza", no pude evitar centrar mi primera impresión en esa Z equivocada e innecesaria de quien quiere ser letrado y queda como tarado, pero mis ganas de divertirme y sentirme halagada me hizo seguir el jueguito. Nunca había hecho algo así, pervertirme digo. Porque ni bien leí "hermoza" y sentí ganas de leer más, era innegable que iba por otra face.
Pasamos por las preguntas de rutina, que como estábamos, de donde éramos (mentí), qué edad teníamos, a qué nos dedicábamos (mentí otra vez) y entre histeria e histeria, al fin llegamos a la parte del sexo. No sabía tener dentro de mí el morbo virtual, pero me estaba animando a mucho más que en la vida, era de una nueva ciudad, con mejores curvas que en persona, un trabajo ideal y un pasar económico que me daba tiempo para divertirme en un chat sin preocupaciones.
Supongo que el que no me importase más que divertirme, hizo que a los 20 minutos de conversación yo ya ni registrara de donde era ni a qué se dedicaba. También tuve el detalle de no preguntarle como era, mi imaginación creaba hombres lindos y no podía correr el riesgo de que se describiera de manera poco atractiva. No quería ninguna verdad. Entraba con otro nombre y mentía porque ni remotamente, se me ocurría la posibilidad de pasar mi Msn, aunque era una contra, porque cada vez que lo negaba leía un "Lindo_cam ha cerrado la conversación". Éste me gustaba, o me gustaban sus palabras y lo lindo que era en mi cabeza, asique con una velocidad sexual y no racional, cree un ID en el Messenger con ese nombre, y busqué en mi computadora fotos. No era cuestión de googlear una, y que cuando me pidiera otra yo no encontrara de la misma modelo. Me pareció más acertado utilizar la de una amiga, que en caso de querer más, yo tenía miles. No era nada malo, no se iba a enterar y pasara lo que pasara, en caso extremo yo podía negar todo, nunca dí el perfil de chat hot.
Ya más cómodos en el Msn, con menos dudas (de parte de él, a mi la verdad me importaba poco), pasamos a la fase "¿Mañana te conectás?". Sin darme cuenta estaba dando una segunda cita, y hasta ansiosa. Esa noche me dormí con el cuerpo relajado pero la mente perturbada. Una vez "acabada" la situación, con la mente (y otras cosas) más fría me sentí bizarra, pero el sueño me pudo, y de mañana todo se ve menos trágico. La noche siguiente repetimos el acto, y lo que mejor me ponía es que él no pedía más que eso. Entre fantasías y perversiones recreábamos encuentros, pero nunca me presionó para concretar nada, ni pedía cámara ni celular, ni nada. Estábamos conectados en muchos sentidos, y buscábamos algo parecido. Eso duró más de la cuenta. Todas las noches era la cita, y si uno faltaba había pelea, explicaciones, perdones y finalmente la reconciliación sexual virtual. Todo era hermoso, había veces que no queríamos placer, nos leíamos, nos aconsejábamos, y finalmente pasó lo que iba a pasar; era tanta la confianza que me contó feliz de una chica que había conocido. Yo evité mostrarme molesta o defraudada, no iba a perderlo por una del montón que le iba a durar un suspiro. Pero con el tiempo me convertí en una amante que prestaba consuelo cuando estaba mal su pareja y fingía alegría con cada nuevo paso que daban en consolidarse.
Tarde, yo estaba hasta las manos y era un segundo plano. Tuve que cambiar de mentalidad con gran esfuerzo para no sentirme engañada, o como una mujer abandonada. Le ofrecí más, vernos, pero él mantuvo mi pedido de que todo quedase en la computadora, y yo también acá quedé. Me pasaron los años, trabajando, explicándole a la gente que no me molesta la soledad, a ellos que tan ingenuos no sabían que todas las noches en casa alguien desde otro lugar me esperaba.
Supongo que fue lo mejor que he podido hacer. Aprendí a vivir de este modo, está claro que soy una persona de acostumbrarme y no poder cambiar. Mi vida está bien, tengo mi espacio, alguien que me "quiere", nadie me discute la limpieza ni me pide la cena. Estamos en paz. En la salud y la enfermedad, hasta que el corte de la luz nos separe.