Vistas de página en total

martes, 21 de junio de 2011

NADA SE PIERDE

Por mis padres, o mejor dicho mi padre y su ausencia, desde chica he visto a mi madre saltar de hombre en hombre buscando al indicado. Tuve tantos padres como se puede imaginar a lo largo de mis 15 años, época en que mamá falleció.
Supongo que el hacer natural algo antinatural desde temprana edad, hace que uno desdramatice y encuentre cierta comicidad. Y aunque no siempre era cómico el asunto, incluso a veces parecía tétrico, a mi me daba una adrenalina extraña.
Había conseguido encontrar diversión en algo absolutamente triste, la desesperación y eterna adolescencia de una mujer. A tal punto que cada vez que la encontraba llorando, cuando atravesaba la puerta a las 17:15 de cada día, con una mochila que casi doblaba el tamaño de mi espalda, sabía que debía estar en silencio, pero ya empezaba a pensar quién sería el siguiente. "¿Será de esos señores con trajes y maletín? ¿Andará en un auto lindo? ¿Será el dueño de un parque de diversiones? ¿Tendrá una juguetería? O mejor aún, Un kiosco!". Todas esas preguntas ocupaban el suficiente espacio en mi mente, como para que mis oídos perdieran la concentración de escuchar a mi madre en la cocina sonándose la nariz y tosiendo de manera extraña.
Fui hija de un hombre que al principio usaba traje, pero con el tiempo estaba siempre en casa enojado y todo sucio. Había otro que era lindo, era rubio, no como mamá y yo y siempre salía de noche. Y también me acuerdo de Julio, que una vez lo vino a buscar una mujer llorando y le pegaba y en el auto esperaban dos nenes que me miraban como culpándome de algo. No podría contar todo, ni por cantidad ni por respeto.
Cuando ya fui más grande no era tan divertido verla llorar, sobre todo porque ya no veía un futuro papá en ella, sino una pobre mujer lastimada. Me había empezado a identificar en el mismo momento en que me rompieron por primera vez el corazón a mí, un chico un año más grande que hoy es un buen conocido, y nunca supo cuánto me dolió. Yo me ponía a su par, pero no podía aceptar su vicio a la derrota, mientras que admiraba con lástima y vergüenza ajena sus inacabables esperanzas.
Por fin llegó Claudio, elegante sin exagerar, letrado, profesor de literatura en la facultad y sin familia. No vivía con nosotras, porque tenía una casa más linda y más cerca de donde trabajaba. Asique venía a veces, pero la mayoría de las veces mamá iba a dormir a su casa. Yo ya era más grande y no había de qué preocuparse. Aparte estaba en la edad ideal de hacer lo que quería y ella me facilitaba, sin saberlo, todo para divertirme. Porque Claudio era bueno, pero sobre todo convenido y mientras yo tuviera plata para cine, ropa y juntada con amigas, no molestaba. Era un pacto implícito entre los tres.
Esos años los recuerdo veloces, ni buenos ni malos. Yo terminé el colegio y al tiempo empecé a trabajar en una mutual ferroviaria, desde donde escribo. Pagué el precio de la diversión mal sana, mamá murió por causas naturales y Claudio nunca se olvidó de mí, aunque con la nueva novia empezó a venir cada vez menos y cada uno tomó su camino.
Cuento esto porque diez años después, veo a mi hija entrar y cada vez que me encuentra en el sillón llorando por algún estúpido que me ilusionay se va, se me parte el alma, juro que se me parte el alma, pero a ella... yo sí le voy a dar el padre que merece.



Safe Creative #1108029793848

2 comentarios:

  1. Impecable relato. No queremos hacerles a nuestros hijos lo que nos han hecho nuestros padres. Se lo digo yo, que todas las mañanas veo en mi al hijo de puta de mi viejo.
    Besos.

    ResponderEliminar
  2. Gracias! Vale mucho de alguien que tiene un blog como el tuyo. Y sí, siempre somos lo mismo que odiamos de nuestros padres. ¡Besos!

    ResponderEliminar